sábado, 2 de marzo de 2013

Jes aravena robinson, jaravenarobinson@gmail.com
Expresiones literarias e imaginarios sociales sobre los artistas de micro.
La micro como escenario de arte y trabajo

martes, 15 de junio de 2010

ANTONIO GALGO

Ayer estaba en el dentista. Ó sea, esperando en la consulta a que me atendieran y de aburrido me había puesto a hojear una revista. No encontré nada que me hiciera olvidar las quinientas lucas que me iba a cobrar el saca muelas, hasta que en el reportaje central descubrí una foto a toda página de Antonio Galgo. Empecé a leer y al finalizar el texto lancé un grito de felicidad que terminó de aflojarle los dientes a la vieja guatona que estaba a mi lado e hizo que la secretaria me ordenara guardar silencio con cara de malas pulgas.
Antonio Galgo, por si aún no lo saben, es el artista más extraño que alguna vez he visto arriba de una micro. El día que lo conocí yo venía, como siempre, dormitando con la cabeza apoyada en la ventana. Por cierto, nunca falta el gracioso que me toca el vidrio desde afuera y me hace saltar como si me pellizcaran el culo. El asunto es que de pronto se sube alguien y empieza a hablar. Pensé que era un cantante, pero el loco tenía la voz bajita y nunca llegó un guitarreo, ni siquiera un atisbo de una canción. La verdad es que yo seguí tal como estaba y si no hubiera sido por un pesado que le pidió a Galgo que hablara fuerte, como hombre, ni me habría enterado de su existencia. Creo que Galgo sacó fuerzas de flaqueza o el pesado le picó el orgullo, porque desde ese momento si pude escucharlo, como también creo que les pasó a la mayoría de los presentes. El artista comenzó diciendo algo así:

- Señoras y señores pasajeros, disculpen está interrupción. Yo soy escritor y las vueltas de la vida me han traído a hablar con ustedes. He dejado todo para escribir: un trabajo, la certeza de un techo, las ropas de marca y los sueños que en mi tenían depositados mis padres. Sólo les pido lo que puedan darme a cambio de mi arte. Algún día, estoy seguro, podré retribuirles la desinteresada cooperación que ustedes me hagan.

A esa altura, porque el tipo se notaba sincero y su voz envolvía todo, el chofer había bajado el volumen de la radio y el microbús avanzaba más despacio. Me da mucha lata no tener memoria de elefante, porque dijo tantas cosas lindas como si cada palabra hubiera estado hecha para desatornillarnos el corazón y los bolsillos. Después, de su mochila sacó un montón de papeles y se los pasó a cada uno de los presentes. Eran cuentos de una página escritos a máquina. Yo saqué dos monedas de cien pesos y se las pasé cuando volvió a mi puesto. Le quise devolver el cuento, pero él me insistió en que lo guardara. Le fue bien, porque el único que no pagó fue el tipo que lo había obligado a hablar fuerte.

Cuando llegué a mi casa dejé el papel en la mesa de la cocina. A la mañana siguiente, Marina, mi mujer, que es fanática de la lectura, me despertó preguntándome que quién era Antonio Galgo y de dónde había sacado ese cuento. Yo ni idea. Me había olvidado de todo. Me trajo el papel y allí le conté la historia. Marina me dijo que nunca había leído una historia tan bonita y conmovedora. El cuento se llamaba “La fabulosa maquinita del tiempo” y hablaba de una obrera de la construcción a la que se le había muerto su hijito cuando ella estaba trabajando. Lo único que ella soñaba era fabricar una máquina del tiempo para repetir el momento en que se había despedido por última vez de su hijo. Lo leí dos veces y en esa ocasión me di cuenta que al final de la hoja había una pequeña dedicatoria escrita a puño y letra de Galgo: “Señor pasajero, muchas gracias por adquirir este cuento. Copia única”
Pasó bastante tiempo hasta que volví a escuchar de él. En un asado, una amiga de mi mujer empezó a hablar de escritores y dijo que el único que le ponía los pelos de punta era un tal Antonio Galgo: un tipo alto que se había subido a vender sus cuentos en la micro en la que ella iba. Contó que el chofer había bajado el volumen de la radio, que el tipo irradiaba una sensación de calma extraña y seductora y que casi todos terminaron comprándole sus cuentos. Luego ella había buscado información de él en todos lados, pero nada. Esa noche, al regresar a casa, Marina me leyó “La fabulosa maquinita del tiempo” en voz alta. Ella terminó botando sus lagrimones. Yo me hice el machito, me di vuelta y cerré los ojos para disimular.

Creo que eso fue hace unos quince años. Cuando ayer leí el reportaje en la consulta, Galgo se veía más macizo, pero con la mismos rasgos de niño. Resulta que había ganado el concurso de cuentos más importantes de Latinoamérica y que ahora era un tipo famoso. Estaban a punto de publicar su obra en España, Argentina y México y le habían dado un avance de varios ceros por sentarse a escribir una novelita. En una parte de la entrevista le pedían que dijera cuáles eran sus mejores cuentos. Él contestó que los que había escrito en un período muy duro, en el que para sobrevivir vendía sus historias en las micros de Santiago. Contó que no guardaba copia alguna de esos cuentos y que una editorial a toda costa quería publicarlos. El periodista le preguntaba si eso sería posible. Galgo le señaló que todo es posible. Que ahora él quería devolverle la mano a quienes lo habían ayudado, porque la editorial ofrecía $500 mil pesos a quienes entregaran cualquiera de sus textos de esa época. Luego daba la dirección de la editorial y un teléfono. En un segundo agradecí al cielo que Marina fuera una maniática del orden y que “La fabulosa maquinita del tiempo” estuviera aún en una carpeta en la casa. Luego di un grito de felicidad que asustó a la gorda que estaba a mi lado y la secretaría del dentista me hizo callar mirándome feo.

El resto de la historia ya es conocida por ustedes.

Coyahue
Diego Vargas Gaete

CUENTOS DE MICRO

Todo comenzó un día viernes en la mañana como solíamos hacerlo nos juntábamos muy temprano para trabajar en las micros del recorrido Maipú entre Las Rejas y la Plaza de Maipú. El otro recorrido era de Las Rejas con la Alameda hasta Bonilla con Teniente Cruz. Nos juntamos a las 8:30 a tomar desayuno, un cafecito con un pancito para agarrar fuerza para el primer turno, que era de 9:00 a la dos de la tarde. Empezamos a afinar los instrumentos, mientras llegaba el amigo que siempre llega atrasado. Será por así somos los chilenos. Empieza el primer turno tocando en Bonilla. Nos fue mas o menos no mas, pero el día viernes es bueno para los músicos callejeros si seguimos tocando no mas, con discusiones de por medio, que eso es de todos los días con los músicos callejeros. Eran como las 12:00 y todos los días subíamos, como se dice, para dirigirnos a la Vega Central para comernos un brontosauro, como dicen los cabros. Subimos a La Vega y ahí se compuso, como dice un amigo, porque en la calle uno aprende muchas frases divertidas como estas. Llegamos y lo primero era contar todas las monedas para ver como nos había ido.
“Si nos va bien como porotos, que valen 600 pesos y si nos va mal como pollo asado”, eso lo decía “el Happy”, uno de los personajes mas divertidos y loco que he conocido tocando. Contamos las monedas y de verdad, nos había ido muy bien y mi compañero que era más nervioso y bueno pa. la moneda se relajó. Pero el relajo era de 30 minutos no mas, para almorzar: Ni hablar de fumarse un cigarrito o tomarse una cervecita porque el API se enojaba, pero yo le seguía la corriente porque, como el era así, nos hacíamos un buen sueldo semanal pa. carretear el viernes en la tarde en la piojera donde llegan los amigos a tomarse unos copetitos y cantar. Si que el API también se enojaba por eso. Pero en eso yo no transaba. Ya. Cuento corto, seguimos cantando y vendiendo un disco que grabamos para vender en la calle y en las micros. Y ahí bajamos hacia Las Rejas con la Alameda y después para General Bonilla, donde tocamos casi toda la tarde hasta que nos encontramos en la micro con un grupo de escolares, que mientras nosotros cantábamos ellos gritaban cosas que nos molestaban y no nos dejaron tocar. Nos entro el demonio como se dice y nos bajamos y también justo se bajan ellos también. Y se armo la rosca. Nos pusimos a pelear. Eran como seis escolares, como de cuarto medio y de repente en la pelea miro y éramos dos no más los que estábamos peleando contra los seis y veo al otro compañero en la esquina mirando, y yo tenia que puro apechugar no mas porque si no al Happy lo masacraban. El Happy mide como 2 metros y le pega un combo a uno que casi lo mata, hasta que uno saca un cuchillo y le manda un corte al Happy en el brazo. De repente se para la pelea y vimos que sangraba mucho. Ahí una señora que vivía por ahí, lo llevó a su casa y en ese mismo momento van pasando los carabineros (pacos) y la gente le hacia señas y de repente se bajan y los querían llevar a nosotros. Después yo les digo, no si son los que van allá, los escolares. Y los atraparon. A todo esto, el Happy seguía perdiendo sangre y tirado en una silla le pusieron un trapo en la mano, Pero no sirvió de nada. Como siempre la ambulancia se demoro y ya no ni hablar de Happy. Y de repente llega y nos vamos a la posta más cercana. Ahí lo atendieron al tiro porque estaba perdiendo mucha sangre, y lo hacen pasar y casi se desmaya. Son 100 y tanto kilos que hay que afirmar. Lo llevan a ponerles los puntos para cerrarle la herida y después paso a verlo y no podía ni hablar. Y saben lo primero que me dijo: “Oye y ahora ¿cómo voy a tocar?, ¿cómo voy a vender los discos?. Y por dentro me reía, por dije, éste se está muriendo y está pensando en vender disco. Esto me deja una enseñanza, que es esta: hay mucha gente, como el, que vive preocupada y se mata trabajando y al final les alcanza solo para los gastos básico, porque todo cada DIA esta mas caro y los sueldos iguales. Y los ricos defienden sus intereses como leones, por eso a que educar a la gente para que se detenga a pensar en esto y vea su realidad, no la de la tele. Bueno, me despido, espero le pueda servir esto alguien.

Triani
Gerardo Cristopher Aguirre Gálvez

EL CANTAR DEL MIMO CID

Cuando subió por última vez a alegrar el viaje de otros, Juan Cid no pudo evitar derramar una lágrima teñida de negro y otra pintada de blanco por sus mejillas... “Sólo Dios sabe si vuelvo”, coincidentemente pensó la misma frase que contenía una pegatina que decoraba el frontis de aquella micro, conducida por un chofer gordo, sentado sobre un sillón “enchulado” con una funda de cuerina roja y flequillos amarillos.

En el trayecto, recordó que hasta se ganó la vida cantando... cuánto le gustaba cantar “Soy pan, soy paz, soy más...” de Piero con Mercedes Sosa y mientras concitaba la atención con sus gestos de cara y manos, en su interior recreaba la letra de aquella canción... “Fui niño, cuna, teta, techo, manta, más miedo, cuco, grito, llanto, raza, después mezclaron las palabras o se escapaban las miradas algo pasó... no entendí nada”. ¡No entiendo nada!. Dijo, a viva voz, ante la sorpresa de los pasajeros, y confuso no fue capaz de pedir una colaboración por su arte, al contrario, adelantó el final de su actuación y con el escenario itinerante aún en movimiento, se lanzó al pavimento. En ese lugar, a tres minutos de la 376, que había dejado atrás, alcanzó a presenciar en un irónico juego del destino, la siguiente micro, pintada de blanco y verde, la misma que le quitaba su fuente de ingresos.

Pero no dejó en su mente de tararear... “Vamos, decime, contame todo lo que a vos te está pasando ahora, porque sino cuando está el alma sola llora, hay que sacarlo todo afuera, como la primavera, nadie quiere que adentro algo se muera, hablar mirándose a los ojos, sacar lo que se puede afuera para que adentro nazcan cosas nuevas”. ¡Qué adentro nazcan cosas nuevas! Volvió a replicar con fuerza, al tiempo que un escolar que pasaba por allí, al oírlo y viéndolo así caracterizado, le gritó sarcásticamente: ¡Chanta!, y dicho esto el estudiante salió corriendo rápidamente con una tarjeta “bip” en la mano.

Repuesto de la serie de bochornosas sucesos, siguió pensando en aquello de las cosas nuevas, que podría dar un cambio a su vida, que ya antes lo había intentado y una vez más lo haría, había sido ya tantos otros que no debería tener problemas en reinventarse nuevamente, y musitaba: “Yo soy, yo soy, yo soy, soy agua, playa, cielo, casa, planta, soy mar, Atlántico, viento y América, soy un montón de cosas santas, mezcladas con cosas humanas, como te explico... cosas mundanas”. ¡Sí, yo puedo ser muchas cosas a la vez!, lanzó, asustando a un abuelo que, apoyado en su bastón, al ver su postura pensativa tan bien realizada, se le había acercado trabajosamente para entregarle $500. Disculpe usted, lo siento... le dijo al viejo, y este último, hosco, aún conmovido por la impresión, le propinó un bastonazo.

Sin embargo, esto no le importó, y liberado decidió cantar animadamente hasta su casa “Soy, pan, soy paz, soy más, soy el que está por acá, no quiero más de lo que me puedas dar, uuuuuuh hoy se te da, hoy se te quita, igual que con la margarita... igual al mar, igual la vida, la vida, la vida, la vida...”

Estaba seguro que más allá del par de kilómetros que le separaban de su hogar, sus andanzas continuarían siendo heroicas, porque la vida le deparaba cosas nuevas, y con el brazo empuñado cantaba con renovado entusiasmo “cosas nuevas, nuevas, nuevas...”.

Johann
Juan Luis Carreras Martínez

EL CHOQUE

Les pasó a Luis y a León,
los del canto popular,
que hicieron de su cantar
arte, placer, religión
en esta nuestra nación
de encantos y sinsabores
donde no faltan dolores
y no sobra diversión.
Y ahora a la narración
Que es tema de payadores.

En una riña de gallos
de los que cantan bendito
ocurrió un día bonito
en un miércoles de mayo
si de memoria no fallo
en el tablao e´la micro
Se marcaría aquel hito
que se guarda en mi memoria
como inolvidable historia
que arranca a mi pecho un grito.

Entre obreros con marmitas
y mujeres agobiadas
con personas trasnochadas
con colegialas bonitas
y guagua con sus mamitas,
el León y Luis Campaña
Comenzaban la mañana
Anunciando nuevos versos
en aquel raro universo
de gente sacrificada.

En el caballo sin riendas
que cruzaba San Francisco
en medio de mucho brinco
sacaron brillo a las cuerdas
y al ingenio en la contienda.
Con gran creatividad,
además de habilidad,
hechos de la vida diaria
que dan tragedia y dan talla
se pusieron a payar.

Mirando a todo el obrero
que dormitaba en la micro
sacaron el improviso
como el mago de un sombrero
sin pensar en el dinero.
sin solicitar permiso.
Porque Dios así lo quiso
que el hombre naciera libre
para correr como un tigre
bajo el sol, nieve o granizo.

Al toque de madrugada
-así recitaba el Lucho
qu´en el versar era ducho-
se abandona la morada
para empezar la jornada
sin esperar que sea mucho
ni menos que sea justo
el salario recibido
por el sudor exprimido
¡Vaya qué triste el asunto!

A pesar de tanto cambio
y tanta modernidad
el agobio sigue igual
no se moleste en dudarlo
porque basta con mirarlo
que en el reparto de bienes
son bien pocos los que tienen
y muchos, apenas pan,
sin que pueda mejorar
el panorama de siempre.

Afirman los dos por turno
que al lomo de la ciudad
le crecen púas demás
con dirección a Saturno
y el pobre anda dando tumbos
en calles de población
donde falta educación
también oportunidad
para poder progresar
y cambiar la condición.

El canto se hace potente
y haría estallar la micro
si no fuera porque al filo
de una verdad tan potente
se va durmiendo la gente
en pos de la realidad
donde el sueño sea verdad
y el ambiente una mentira
que quita gusto a la vida
y aniquila el esperar.

Tal vez la razón del choque
fue que el chofer al soñar
le puso velocidad
en un viaje hacia la noche
cansado de tanto boche
y del canto popular
que no hay engaño al hablar
de las cosas que entristecen
y en ensoñación se mece
toda justicia social.


Campaña y León se van
volando para los cielos
cantando a los pasajeros
que los han de acompañar
¿Sabrá Dios adónde van
a comer sus colaciones
mientras rezos y perdones
por ellos la tierra clama?
Así termina sin fama
La vida de dos cantores.

Elvira Blanca Graciela
María Patricia Calderón Urzúa

EL PAN Y AGUA

Y dice más o menos así. La historia que les voy a contar tiene que ver con un hecho muy real, dramático y muy simpático. Es la verdadera historia de un gran cantor popular, que si bien no aparecía jamás en un diario o en la televisión, a quienes le conocimos nos dejó la huella a seguir de como un cantor, a pesar de todas las dificultades, nunca debe perder “la dignidad”. Todos le conocimos como el “ Paniagua”, cuyo apodo proviene del año 80, más o menos, en que decide formar junto a otros cinco integrantes , un grupo musical , del canto popular y latinoamericano llamado “ Los Pan y Agua “. Imagino que el nombre tenía relación con los momentos difíciles que Chile atravesaba, en lo político y económico, que no queríamos seguir oprimidos y ganarnos la vida ”dignamente” aunque alcanzara tan sólo para pan y agua, ya que eso era suficiente para salir adelante con toda la familia.
El “Paniagua”, estuvo en el grupo alrededor de diez años, recorriendo parte de Chile, tocaba diferentes instrumentos y además hacía voces. Por razones que desconozco se disolvieron, y me imagino que a cada uno le decían “Paniagua”. Sin embargo, de quién les hablo, cayó en el alcohol, y dormía casi siempre en la calle, aunque su madre tenía su casita donde él podía llegar cuando quisiera. Cuando lo empecé a conocer entendí por qué razón la gente que duerme en la calle, teniendo familia, muchas veces no están con ellos. Ahí encuentran “la libertad”, para hacer y expresar lo que quieren decir sin sentirse oprimidos por el mundo “moderno “en el cual vivimos.
Como dormía en la calle en Santiago, comúnmente cerca de Las Rejas, o Velásquez, donde encontrara un poco de agua, en la calle o baño público, se pegaba su “ guena lavaita e’ cara”, una “peinaita” a la diabla, y a buscar su “ guen desayuno”, que por cierto no era más que un litrito de vinito blanco, el cual echaba siempre en una botella chica de Sprite. Así, todos los pasajeros creerán que es “bebida”, al momento de subirse a la micro a tocar su famosa “quena”, hecha por él mismo de tubo plástico para la electricidad, más conocido como PVC.

El momento en que se subía a la micro, era lo mejor que hacía, con su quena al pecho, su ropa un tanto sucia y desordenada y su “bebida” en el bolsillo trasero del pantalón, con voz muy enérgica y muy seria, decía, con permiso. Y dice más o menos así, ahí no lo paraba nadie, tocaba como los dioses, luego hacia la pausa, respiraba y decía, con mucha dignidad: No les vengo a “mendigar“una moneda, me la estoy ganando, con el derecho que me da el canto popular, el mismo de Violeta y Víctor Jara, así que agradezco a quienes colaboren y los que no puedan no importa, pa. la otra será.

Eso era lo que más me gustaba del “ Paniagua”, su dignidad, nunca se rebajó, a nada y tenía muy claro sus ideales, ya que cada vez que nos poníamos a conversar en algún paradero, sobre cultura, política o cualquier otro tema de importancia, nos dejaba muy en claro que cosas de farándula no comentaba ya que no tenían ningún provecho, ni sentido alguno para alguien con dos dedos de frente como él. Lo que ganaba en la micro le alcanzaba lo suficiente para sus “bebidas” diarias y algún pan con algo, pa. engañar las tripas, sin olvidar que, además, fumaba bastante. Como se sentía dueño de si mismo, cruzaba la calle donde quería y partía para donde el viento lo llevara.

Con ese ritmo de vida, sabía más que nadie que en cualquier momento el tiempo le pasaría la cuenta. Y fue así como de a poco sintió que las piernas se le cansaban más luego, que el aire le faltaba y que estaba muy flaco. Jamás nos hizo caso cuando le decíamos que se cuidara, que no tomara tanta “bebida “y que volviera con su familia, porque a sus cuarenta y tantos años, le vendría seguro alguna complicación, con el correr del tiempo. Ahí la cosa era peor, nos alegaba que su familia era el “publico” que cada día lo acogía tocando su famosa quena, y que la otra parte de él, éramos sus amigos de la calle, los cuales compartíamos sus ideales y nos ganábamos la vida con la misma “dignidad “que lo hacía él.

La última vez que hablé con él fue casi a fines del 2008, donde a cada rato le recordaba que debía ir a un médico, que no se hiciera leso a si mismo, de lo contrario lo echaríamos mucho de menos.

En el 2009, me enteré por casualidad, conversando con mis amigos que en una sala de hospital en Santiago, la voz del “Paniagua” se apagó para siempre, que la última persona que lo vio con su famosa “quena”, fue el doctor que lo atendió, que por cierto en su calidad de médico, ese instrumento, no tenía ninguna importancia más que adorno en el pecho de nuestro gran amigo, y tal vez haya cerrado la “bolsa” con ella adentro.

Digan lo que digan los demás, agradezco al destino por haber conocido al “ desfamoso “ “ Paniagua “, para algunos, que a mis cuarenta años, comprendí la importancia de caminar en esta vida con un sentido claro, con la convicción de ideas, y dejar al menos alguna semilla para que la tierra próspera y bendita pueda hacerla germinar el algún momento, y que si la mayoría actuara como “ Paniagua”, lo hacía en sus ideales, la cosa sería muy distinta y tal vez mejor.

Estoy seguro que donde se encuentre “Paniagua” , junto a otros que ya partieron de este mundo, unos músicos, otros público, estarán disfrutando del mejor concierto celestial y junto a los ángeles o el cosmos para otros, se deleitarán junto a esas voces que se acallaron en su momento y el mejor y más sincero aplauso se oirá hasta las estrellas, para recordarnos a quienes seguimos aquí, en la tierra , luchando y armonizando la vida en las micros, de aquél público fiel y acogedor, en los distintos escenarios de la vida, que las ideas no se transan, que los valores nacen con cada uno y que la sociedad más justa es aquella que respeta a todos , sin importar, raza, color, religión, estirpe ni condición.

Aquí termina esta historia, estoy esperando la micro, con su permiso señores. Y dice más o menos así.

El Tiznao
Víctor Ricardo Zárate Tisnao

EN LA MICRO CARRASCAL

Cuando fui a la capital y yo aún era un pequeño,
ver cantores era un sueño
en la micro Carrascal.

1
Desde Cauquenes viajaba
a ver un especialista
un famoso ortodoncista
que con mis dientes luchaba.
Por la ventana miraba
nada en Santiago era igual,
que mi provincia natal
tantas micros coloridas,
entre calles extendidas
cuando fui a la capital.


2
De repente muy veloz
subió a cantar con guitarra
un tipo con gracia y garra
pelo largo y buena voz,
y “Solo le pido a Dios”
largó sin fruncir el ceño,
con talento y con empeño
nos quedamos asombrados
con los pelos erizados
y yo aún era un pequeño.

3
Yo tenía trece años
en tiempos de Pinochet
como no había Internet
éramos todos huraños.
Despertando aquel rebaño
los artistas eran leño,
de censura y de desdeño
la micro les daba espacio,
con voz fuerte y no despacio
ver cantores era un sueño.

4
Yo le dije a un buen amigo
toma una fotografía
del cantor en aquel día
veamos si lo consigo
y que aparezca conmigo
pero el cantor pensó mal:
“un encubierto oficial!”
salió corriendo aterrado,
quedamos desconcertados
en la micro Carrascal.



Despedida
Jamás conocí su nombre
nunca cobró sus monedas
se perdió por la Alameda
despavorido aquel hombre,
tal vez alguien ya se asombre
en tiempos de Transantiago,
con este recuerdo vago
surcando tiempo y paisaje,
hoy comparto mi homenaje
con sinceridad y halago.



Cantor Sureñoi
Hugo Alberto Harrison Canales